No se intuía el alba, aún los pájaros
dormían mientras un servidor se ponía en marcha a las 5am del 7 de
Agosto, con un destino inmediato, somnoliento: el aeropuerto
internacional de Pudong. Un vuelo de dos horas y media, sin
percances, me aterrizaba en Hong Kong pasadas las 10 de la mañana.
El puerto comercial extiende sus brazos hasta la mismísima mar,
donde grúas flotantes cargan y descargan los millares de barcos que
merodean las inmediaciones.
Aprisa me dirigí a comprar el billete para el tren express que me lanzaría hasta el mismo corazón de la isla hongkonita. Atónito, durante los 24 minutos de travesía, miraba a través de los vidrios todos esos montes cubiertos de verde naturaleza. Punto para Hong Kong, que ofrece la posibilidad de salir de la ciudad y adentrarse en bosques selváticos para evadirse del acelerado ritmo urbanita.
Aprisa me dirigí a comprar el billete para el tren express que me lanzaría hasta el mismo corazón de la isla hongkonita. Atónito, durante los 24 minutos de travesía, miraba a través de los vidrios todos esos montes cubiertos de verde naturaleza. Punto para Hong Kong, que ofrece la posibilidad de salir de la ciudad y adentrarse en bosques selváticos para evadirse del acelerado ritmo urbanita.
Si bien he de reconocer que el skyline
de Shanghai es más impactante, en HK las torres se elevan hasta el
cielo y uno no alcanza a ver la última planta cuando está en un
taxi. Por cierto, los taxis no huelen mal, los conductores hablan
inglés y no se tiran pedos y eructan con total normalidad, como
ocurre en SH. Además, permiten llevar a 5 pasajeros. Punto para HK.
Nos apeamos, mi
compañero Ricardo y yo, en Wellington terrace, tras pasar un cruce
en el que, sin orden ni mando, los coches provenientes de las 3
direcciones se cedían el paso y no se volvían locos apretando el
claxon como si la parienta estuviera de parto. Punto para HK, una
ciudad con mucho tráfico pero menos ruidosa. El caso es que a 30
metros de la oficina de Sarment en HK, yo había encontrado un
apartamento muy apropiado, sino fuera por los 6 pisos que hubo que
escalar hasta alcanzarlo. No, no tiene ascensor. A remarcar también
que la alcachofa de la ducha cae casi encima del water, a 20 cm del
mini lavabo. Pero aquí parece ser normal, visto lo caro que está el
metro cuadrado.
Una vez hecho el check-in, apresurados nos dirigimos a la oficina de inmigración para hacer los trámites pertinentes. Tras casi dos horas de colas, formularios y más colas, al fin nos reciben los pasaportes y nos dan el ticket para recogerlos en 4 días que tarda el trámite. Parece que todo ha ido bien, puesto que una vez te lo cogen, es raro que te lo denieguen.
De vuelta a
Central, a conocer a nuestros compañeros de oficina de los
siguientes 3 días. Aquí son un equipo más pequeño, 3 chinas y dos
europeos. Todos ellos unos huéspedes de lo mejor a lo que puede uno
aspirar. El primer día, Sebastian nos hizo una reserva en un
restaurante para cenar. Me zampé sin mucha emoción dos patas de
ganso, con su telilla entre los dedos. Al segundo día, Robert,
Sebastian y Dior (estos chinos se ponen el nombre que quieren) nos
llevaron a cenar a un chino super famoso. La mesa fue digna de un
emperador de la dinastía Ming. El viernes se sumaron Kathy y Nancy
para degustar los platos de un japonés, al que siguieron unas
cuantas copas en la bulliciosa calle de Lan Kwai Fong.
El
sábado no hubo apenas resaca, en contraste a cualquier día
posterior a salir de fiesta en Shanghai. Parece que aquí no ponen
tanto garrafón → punto para Hong Kong. Tras un rápido desayuno de
junk food, alcanzamos
a encontrar el bus de la línea 6 que nos llevaría al otro lado de
la isla, cruzando las montañas y dejando un espectáculo de
rascacielos tras nosotros. Stanley, nuestro destino, es una pequeña
población con una playa fantástica, un mercadillo bastante grande y
multitud de terrazas. Allí pasamos el día, disfrutando de poder
nadar en el mar de China → punto para HK.
A todo esto, la
fiebre del viernes noche hizo que nos ganásemos el beneplácito de
Kathy y Dior, quienes nos propusieron ir a cenar con sus amigos
chinos el sábado. Ellas pronto se retiraron, pero mi compañero de
fatigas y un servidor volvieron a Lan Kwai Fong, ensimismados por el
ajetreo pavoroso de la noche anterior, y no cesamos hasta que los
bares apagaron la música y el sol hizo patente que la noche se había
ido.
El
domingo fue un día más tranquilo. Fuimos con nuestras nuevas amigas
a una playa donde se admiten perros. Eso es dog city,
hay más cánidos que bípedos!! Hasta los bares más refinados
permiten que tu mascota tome asiento en el sofá. Sin embargo, la
playa fue un poco decepcionante, más aún comparada con la anterior
o las circundantes: agua caliente, profundidad de 1 metro en los 300
metros iniciales, repleta de piedras y conchas corta-pies... Un
fracaso. No obstante, el paseo estuvo agradable y vimos un mercado de
pescado seco y marisco, directo desde las barcas al restaurante de tu
elección para ser cocinado, o simplemente servido.
El lunes fue un día
triste, de despedir a ese gran HK que tantos puntos ha cosechado. Me
dejo muchos por nombrar, como un Internet rápido y sin censuras, la
educación de la gente, el respeto, angloparlantes, apertura al resto
del mundo... En fin, que en poco más de una hora de cola recogimos
nuestros pasaportes con un nuevo visado, esta vez tipo Z, que me
habilita para entrar y salir tantas veces como quiera durante un año.
Ya estoy con los dos pies dentro de China!
HK! Qué pasada!! Me alegro de que estés genial y... me encanta leerte, de verdad!!! Así da gustoooo!!
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